La Religión en la escuela

Inicialmente, es fundamental la distinción entre: primero, el ámbito de la Educación Religiosa Escolar; segundo, el de la Educación en general; y tercero, el de la Religión en la escuela. En coherencia, puede establecerse una clasificación de objetivos en los que se plantean: primero, los objetivos directos de la Educación Religiosa en sí misma como área disciplinar; segundo, sus alcances en relación con otras áreas del conocimiento de cara a los objetivos de la educación escolar; y tercero, el horizonte general, esto es, sus alcances a largo plazo en relación con la sociedad y el desempeño político. En este sentido, los componentes curriculares que hacen parte de la Educación Religiosa como área disciplinar comportan objetivos que son, en buena parte, cognitivos; pero asuntos como la lucha contra los preconceptos y la aceptación de la diversidad, si bien tienen un foco importante en la Educación Religiosa, han de ponerse en el marco de los alcances de la educación en general, y del manejo de la Religión en la escuela. En este tipo de temas, los alcances se vinculan en un horizonte no tan fácilmente medible, ni cuantificable, que es el desempeño de los individuos en la sociedad. Por su parte, problemáticas como las celebraciones religiosas en las instituciones educativas como lugares públicos, no atañen de forma directa a la Educación Religiosa, sino que tienen que ver con el manejo de la Religión en la Escuela; sin embargo, no pocas veces son los encargados de la Educación Religiosa quienes deben resolver, dar respuestas y enfrentar situaciones a este respecto.

Dicho esto, la distinción se plantea así: el ámbito de la Educación Religiosa es el de un área de formación, a la que en el marco de las instituciones educativas, corresponde un saber escolar que se desglosa en componentes curriculares y prácticas pedagógicas concretas. Otras formas de acercamiento a lo religioso como la Catequesis y las celebraciones religiosas, cuyo lugar propio no es la escuela, pero que –pese a las orientaciones legales- en ocasiones se dan en las instituciones educativas, corresponden al ámbito de la Religión en la Escuela. Esta distinción se hace más clara en el caso de las instituciones educativas públicas; en estos casos, las prácticas confesionales y otro tipo de iniciativas por parte de credos específicos, se consideran claramente como aspectos externos, que no son asumidos por el área de Educación Religiosa, ya que el Estado sólo ofrece lo correspondiente a la disciplina escolar. No obstante, tanto en las instituciones privadas, confesionales o no, como en las públicas, se presentan situaciones referidas al campo de la Religión en la escuela, que ameritarían una reflexión distinta.

Teniendo en cuenta esta distinción, los prejuicios y resistencias hacia el espacio escolar de la Educación Religiosa, no se dan ante su consideración como área del currículo, esto es como saber escolar, sino que se enmarcan en el papel de la Religión en la Escuela, y más aún, en el papel de la Religión en la sociedad. Por otra parte, el tema de la Religión en la escuela pública, y más específicamente, el tema del área de Educación Religiosa, no es sino una de las manifestaciones de las relaciones Religión-Política, que podría considerarse una de las más importantes e influyentes, teniendo en cuenta su existencia legal.   

La Educación Religiosa como saber escolar

En superación de la primacía de la razón, legado del pensamiento moderno, la formación integral de la persona se ha convertido en el objetivo emergente de los sistemas educativos. El reto del planteamiento de la Educación Religiosa como saber escolar, implica enmarcarla como parte integrante del sistema educativo contribuyendo a los objetivos generales de la educación y respetando los lineamientos vigentes. Esto supone, entre otros aspectos, un enfoque hacia la formación del ciudadano, garantizar el respeto hacia la diversidad cultural, libertad religiosa y de expresión, incluirla de forma efectiva dentro de la enseñanza básica como área obligatoria, y evitar cualquier forma de proselitismo; en este último aspecto, vale la pena insistir, en términos de la necesidad de configurar la Educación Religiosa como área de conocimiento y no de creencia o de fe. De esta forma, se le pone en perspectiva pedagógica para que pueda cumplir su papel específico en conexión con los otros saberes y formas de conocimiento de la escuela. 


 

En este sentido, cabe insistir en la distinción entre la Educación Religiosa y la Catequesis, sea por que se dirigen una al ciudadano y la otra al creyente; sea por sus agentes, por un lado, la familia y la parroquia, y por el otro, la escuela; o sea por su intencionalidad, una, la formación en la dimensión trascendente, y la otra, la educación de la fe con carácter confesional. De tal modo, ante una intencionalidad restringida a un único credo, la Educación Religiosa se decanta por el estudio de la diversidad de la experiencia religiosa, en su relación con los grupos sociales. La opción particular que aquí se asume es que el conocimiento religioso posee un fundamento antropológico arraigado en la búsqueda de trascendencia y que se expresa a través de manifestaciones socioculturales específicas.

Entre los aspectos que pueden contribuir a la configuración del objeto de estudio de la Educación Religiosa se encuentran: el reconocimiento del pluralismo cultural y religioso en los estudiantes, el apoyo de las Ciencias de la Religión y el conocimiento actualizado del patrimonio cultural-religioso universal y local. Con esos referentes, puede enmarcarse el área en la apuesta por la transformación de comportamientos futuros de intolerancia y violencia, a partir de la comprensión en el presente, de referentes culturales y religiosos diversos que dan cuenta del otro, de lo distinto, y de la diferencia como posibilidad de enriquecimiento personal y comunitario. Dicho esto, en el proceso de configuración de la Educación Religiosa como saber escolar, en distinción de la Catequesis como práctica confesional, los postulados se sitúan entre el planteamiento de lo religioso como producto cultural, y, la tendencia que privilegia la trascendencia como dimensión fundamental del ser humano.

 

 


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